En el ámbito de la política global, el poder económico ha sido durante mucho tiempo la herramienta preferida de Estados Unidos para ejercer influencia. Sin embargo, bajo la égida de la administración Trump, un nuevo actor poderoso ha tomado protagonismo en la definición del camino de la política exterior de la nación: las Grandes Tecnológicas.
Un Nuevo Orden Mundial
El Plan de Acción de Inteligencia Artificial (IA) presentado por el Presidente Trump marca un cambio estratégico crucial. La esencia del plan es asegurar la supremacía estadounidense en el competitivo ámbito de la IA. Elaborado con más de 90 directrices, subraya la desregulación, el fortalecimiento de la infraestructura y la diplomacia global, todo con el objetivo de aventajar a China en la carrera de la IA. Pero detrás de estos grandes trazos yace una exigencia indispensable de recursos: energía, poder de computación y minerales vitales como el litio y el cobalto.
El Juego Estratégico
La búsqueda de Washington por estos minerales ha sido decididamente asertiva, con recursos en Groenlandia y Canadá convirtiéndose en piezas clave del ajedrez. La búsqueda de estos elementos, vitales para la supremacía en IA, se alinea estrechamente con la considerable adquisición de una participación de 8.9 mil millones de dólares en Intel por parte de Washington, asegurando que el gigante de los semiconductores permanezca dentro del dominio estadounidense en lugar de depender de Taiwán o Corea del Sur.
El Nexo Militar-Corporativo
Quizás la evolución más sorprendente es la superposición entre las salas de juntas de Silicon Valley y los pasillos militares. Con programas como el Executive Innovation Corps, líderes tecnológicos de Meta y Palantir ahora se entrelazan con la estrategia militar, difuminando las líneas entre las ambiciones corporativas y las prioridades de defensa nacional.
La Máquina de Influencia y Lobbying
Complicando aún más el panorama está el robusto aparato de lobbying en acción, personificado por organizaciones como la Computer & Communications Industry Association (CCIA). Su influencia se extiende a las estrategias de guerra comercial de Trump, evidenciada por las acciones punitivas consideradas contra Brasil. Los efectos en cadena se extienden a través del Atlántico, con discusiones arancelarias dirigidas al Reino Unido y los estados miembros de la UE sobre desacuerdos en la tributación de servicios digitales.
Riesgos en el Horizonte
Aunque la sinergia entre las Grandes Tecnológicas y la política estadounidense puede potencialmente ofrecer ventajas, está cargada de riesgos. Las estrategias arancelarias de Trump, aunque enmarcadas como esfuerzos para reforzar la industria estadounidense, pueden inherentemente poner en peligro el mismo ecosistema que pretenden proteger. Aranceles elevados pueden disuadir a sectores esenciales como los semiconductores, fomentando inadvertidamente hubs de innovación en el extranjero.
Además, a medida que las políticas impulsadas por la tecnología continúan desarrollándose, el intrigante ámbito de las criptomonedas introduce otro nivel de complejidad. La postura favorable hacia las criptomonedas, yuxtapuesta con aranceles agresivos sobre operaciones tecnológicas intensivas en energía, podría potencialmente incitar fricciones dentro de las alianzas tecnológicas de Trump.
La Paradoja Emergente
Una culminación de estas tácticas subraya la paradoja en juego: una apuesta por la supremacía que podría potencialmente alienar a los aliados y desestabilizar las cadenas de suministro globales. Mientras EE.UU. se esfuerza por afirmar su dominio tecnológico, el paisaje en evolución demuestra que la globalización y la cooperación siguen siendo cruciales para mantener este liderazgo.
En esta era tecnológica de rápido avance, la visión de la política exterior de EE.UU. bajo Trump no está esculpida únicamente por la diplomacia tradicional. Más bien, está siendo cada vez más dirigida por la sombra de sus gigantes tecnológicos—entidades cuyos intereses e influencia no conocen fronteras nacionales.
Como se indica en BLiTZ - Fears None But God, es imperativo que tanto los diseñadores de políticas como los actores globales disciernan las implicaciones más amplias del creciente dominio de las Grandes Tecnológicas en los corredores del poder, sopesando los beneficios frente a las posibles disrupciones en la búsqueda de un orden global equilibrado.